“Cada ser humano debe utilizar responsablemente, con continuos análisis, críticas y reflexiones, su libertad y sus territorios físicos y espirituales/intelectuales.”  Joseph Garzozi.  

La territorialidad humana es una manifestación de nuestra proximidad a los animales en cuanto a la necesidad física de un espacio y es, a su vez, una necesidad de nuestro espíritu, de nuestra alma, de poder expresar nuestros sentimientos, pensamientos, ideas y muchas otras expresiones intangibles.

El ser humano desde el momento de su concepción requiere y demanda un espacio  en el vientre de su madre y al nacer en la vivienda, en el hogar que lo alberga y cobija.  Simultáneamente requiere y demanda a su vez del tiempo, espacio en intangibles de los cuidados, el amor y la atención de los otros seres humanos que lo concibieron y acogieron.

Esta realidad marca nuestras vidas, la de nuestras familias, nuestras sociedades, ciudades y estados.  Generó, genera y generará muchos conflictos, desde los que podríamos denominar cotidianos, como  el que por ejemplo nos incomode y moleste que cualquier ser cercano padres, hijos, cónyuges, nos revise sin nuestro consentimiento un cajón, un armario o tome algo nuestro que puede ser tan sencillo como un cepillo, un libro, un bolígrafo, generando una reacción violenta de nuestra parte por haber invadido lo que incluimos en nuestra expresión de territorio exclusivo y pertenencia.

Todos los seres humanos aspiramos a un espacio, territorio, que puede ir desde un espacio en la acera de una calle, a una habitación, vivienda, edifico o palacio.

Por territorios y por tierras y espacios se han generado guerras, revoluciones y conflictos de toda índole.  Manejar estos requerimientos es el gran desafío de la humanidad.  Pero la parte material de esta necesidad humana, la trataré solo hasta aquí en forma general pues, para mí la más importante es la espiritual e intelectual.

Me resulta profundamente frustrante la actitud de ciertos políticos totalitarios que imponen a sus ciudadanos la normas y doctrinas de cómo pensar, que información deben recibir, que educación y hasta llegaron al extremo de normar como vestir, donde vivir y alimentarse, sin entender que esto no solo atenta contra los derechos humanos sino contra la esencia misma del hombre, contra lo más profundo de su ser.

En pleno siglo XXI observar estos terribles retrocesos nos conduce a vivir asombrados como testigos de las actuaciones de los desquiciados gobernantes que llevarán a sus países a graves y sangrientos conflictos.  Ahora como nunca antes, las nuevas tecnologías, internet, teléfonos celulares, etc. Mantienen informado de todo al instante, a los ciudadanos, y lo más interesante lo hacen de muchas y variadas fuentes que no forman parte de ningún conglomerado de medios o naciones, sino de individuos que a lo largo y ancho del mundo se expresan en el tiempo, espacio con absoluta libertad.  Los gobernantes, que quieren controlar todo, más temprano que tarde terminarán sus mandatos pasando a la historia como nefastos actores de la misma.

El proceso amplio y abierto de la información es justamente el principal motivo de esta reflexión.  La libertad conlleva el sentido de responsabilidad y criterio analítico y es aquí donde los padres y los educadores tienen el mayor desafío de guiar y orientar a sus hijos y alumnos para, sin invadir o condicionar sus espacios intelectuales y su libertad, los orienten en el espíritu crítico y analítico de todo lo que leen y se informan y en los valores que les permita navegar en el hermoso, amplísimo, diverso y riquísimo océano de la libertad y la información de las opciones de vida y todo lo que nos trae la naciente nueva civilización de manera que no naufraguen o sean manipulados, desorientados y no puedan llegar a buen puerto para alcanzar en lo posible la felicidad.

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