Las relaciones familiares padres - hijos
Por: Joseph Garzozi Buchdid - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Lo primero que debemos entender es qué consideramos familia. Tenemos varias definiciones según los diccionarios de diferentes épocas. Pequeño Larousse Ilustrado, año 1976, familia: “El padre, la madre y los hijos que viven bajo un mismo techo. Todas las personas de la misma sangre, como tíos, primos, sobrinos, etc.”
Pocos años después el Diccionario Anaya define familia: “Gente que vive en una casa bajo la misma autoridad”. “Un linaje conjunto de descendientes, ascendientes, colaterales y afines”.
El Diccionario de filosofía, Walter Bruger, 1983, 15ª impresión dice: “Familia: comunidad constituida por padres e hijos que se desarrolla conforme a la naturaleza a partir de la unión conyugal y cumple con el fin primordial de la misma”. En más de una página de definiciones y explicaciones, destaca: “El fin primero (de la familia) es el valor del niño, su educción física, psíquica, intelectivo, moral, religiosa, económica y social.”
Podríamos seguir con muchas más definiciones de muchas fuentes pero, para ponernos en los tiempos actuales, vamos a considerar la definición del Diccionario Anaya es decir: “Gente que vive en una casa bajo la misma autoridad”. Esto en razón de que el vinculo sanguíneo no se aplica cuando se tienen hijos adoptados o adquiridos por otros medios como médicos, o cuando las parejas son del mismo sexo, o cuando forman parte de una familia con un solo miembros, el padre o la madre y así con muchas otras posibilidades.
Ahora bien, lo esencial de las relaciones familiares padres hijos, las vamos a considerar desde cuatro aspectos. El primero, que no lo encontré en las definiciones de los diccionarios: Amor, los otros, casa espacio físico de la convivencia, autoridad, que en cada caso habría que definir, según quien la ejerce, si el padre, la madre o los abuelos o hijos o los que son el sustento económico administrativo. Tenemos finalmente el de la educación en su más amplia acepción.
Considerando estas cuatro variables, las relaciones concretas de esta reflexión versaran sobre la de padres e hijos, sin diferenciar si son hijos sanguíneos, adoptados, solo de uno de los miembros de la pareja, etc.
Lo primero que debemos valorar es cuanto amor fluye en ambas direcciones, de los padres a los hijos o viceversa. Esto determinara y condicionara mucho las relaciones, los niveles de felicidad y armonía, y los gratificantes o no, resultados.
Lo segundo, es el espacio vivienda donde la convivencia diaria se realiza y bajo que autoridad. Todos los seres humanos tenemos en común con los animales la necesidad de mantener un territorio, un espacio de realización, que no necesariamente es físico para los humanos. Así podemos querer mucho a nuestros hijos y viceversa a nuestros padres, pero cuando estos invaden nuestro territorio, digamos un cajón con nuestras cosas intimas, o una decisión o visión que la consideramos muy nuestra, reaccionamos fuertemente.
Aquí comienza el primer conflicto padres/hijos y viceversa. Los padres si son el sustento económico de la familia consideran que todo el espacio casa les pertenece, no así los hijos que aspiran a tener esos espacios íntimos, pero repito, no solo físicos. Esto es natural, los hijos tienen que madurar, son seres distintos a sus padres, con sus propias características, personalidad sueños, aspiraciones y sobre todo visiones generacionales. Inmediatamente que surgen estas diferencias entra en juego la cuarta variable: educación. Los padres consideran que son responsables de la educación y formación de sus hijos y en esas actuaciones intervienen: su amor, sus conocimientos, temores, deseos y sueños, con los que quieren moldear o formar a sus hijos. Pero en ese empeño muchas veces olvidan que también los hijos los aman, que también tienen nuevos conocimientos, sus propios temores, deseos y sueños y quieren consolidar sus territorios para convertirse en adultos.
Son muchos los padres que desean evitar que los hijos tengan experiencias negativas, quieren darles y complacerlos en todo y en ese empeño no los forman, los deforman. Otros por el contrario son demasiado exigentes y los presionan hasta situaciones límites.
Este juego diario de la vida no tiene una regla mágica común, lo único en común es justamente aplicar el sentido común, ni ser sobre complacientes o protectores, ni sobre exigentes y controladores.
Cada cual, padres e hijos deben tratar de comprender la relación en las cuatro variables, amarse y respetarse mutuamente, pero sobre todo comprender que son seres distintos y lo principal, únicos. Nadie puede ser clon de otro ser, hay que respetar los territorios de cada cual, entender que de los mutuos errores todos aprendemos hasta el día que pasamos a mejor vida, pero debemos utilizar un don único de los seres humanos del cual hacemos muy pero muy poco uso: hablar, conversar, dialogar, apagar la televisión, la computadora, el celular o los artilugios electrónicos musicales y otros, para que con las palabras nos conozcamos, nos enriquecemos mutuamente y convivamos en armonia. Una de las más hermosas relaciones es: la de los padres y los hijos y así construir, como indique, en armonía, un mundo mejor para todos, basados en el mutuo respeto, el amor y la libertad, asumiendo cada cual sus responsabilidades.
Todo ello porque al mundo no solo le hace falta pensar, también y mucho, dialogar.
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