El amor se encuentra en cualquier parte
Por: Sonia Noboa R. - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Hablo de hace más o menos doce años, cuando vivía aún en mi hermosa casa del Valle de los Chillos, rodeada de árboles, flores, pájaros y caminos vecinales que poco a poco se fueron convirtiendo en ingreso a la nuevas urbanizaciones que existen hoy, haciendo de esta zona, algo mucho menos rural de lo que era en aquella época.
Recuerdo que entonces, la montaña frente a mi casa ostentaba como única construcción en su cúspide, una pequeña iglesia a la que acudían los feligreses que vivían justo en la zona baja. Las melodías dominicales del campanario se esparcían libres por el viento en toda la extensión de la planicie del valle.
Salía todos los sábados y domingos a pasear en mi bicicleta de 7 a 10 de la mañana. Parte por hacer ejercicio, y parte por el sabor especial que tenían para mí estos paseos en medio de una naturaleza tan generosa y pródiga, bajo un cielo eternamente azul como lo fue en esos años.
En uno de estos paseos, un día se me acerca un niño de aproximadamente ocho años y me dice:
-"! Hola señora! ... ¿puedo acompañarle?..... -"¡Claro, por supuesto!" le respondí y me comenta con su sincera ingenuidad de niño: -"¡Qué bueno ver que las ancianas también montan bicicleta"!......
Desde entonces, siempre paseábamos juntos los fines de semana, y él, supuestamente me entrenaba en todas sus pericias: soltar el timón, brincar las veredas y los baches; rodar entre las piedras, bajar a toda velocidad por las laderas sembradas… y mil "proezas" más, hasta que un día me caí y me despedacé las rodillas porque mi bicicleta patinó en el ripio.
El pobre niño casi se muere del susto. Fui a emergencias con él para que me atiendan y se portó como todo un adulto responsable y serio. En medio del dolor, yo me reía de verlo en esa actitud, siendo aún tan pequeño.
Desde entonces, los fines de semana me acompañaba ahora en mi recuperación, en vista de que ya no podía pasear conmigo. Entonces iba a mi casa y nos quedábamos en el jardín mientras me contaba los asuntos de su vida personal, o yo le leía un libro.
Él era el último (último de últimos) hijo de una familia. Su hermana más próxima ya era casada y tenía un hijito. O sea, era un niño solitario.... Su compañero era un inmenso perro viejo pastor inglés, que también se había sumado a nosotros cada mañana de paseo en bicicleta. Ahora éramos un equipo muy particular: él niño, el perro y yo. Recostado mansamente a mis pies, escuchaba las conversaciones, como asintiendo de cuando en vez con los movimientos de su cabeza y la humedad de sus ojos.
Bueno, esta es una linda historia. Cuando vine a vivir a Quito, el niño lloró amargamente por la partida de uno de los miembros de su equipo, pero le prometí que bajaría cada fin de semana a pasear con él. Por supuesto, lo cumplí a medias y por muy poco tiempo.
Así es la vida, nunca puedes hacer justo lo que deseas. Siempre se abre un inmenso abismo entre lo que quieres hacer y lo que haces realmente….
Pero lo único cierto, es que te encuentras con el amor en cualquier parte…. en cualquier día y por cualquier motivo. Él está allí esperándote para enseñarte a vivir historias como ésta.
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