Lecciones de la Historia
Por: Joseph Garzozi Buchdid - Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Según los entendidos, uno de los graves problemas de muchos países es el de vivir de espaldas a la historia, de la que casi nunca aprendemos sus lecciones y ese quizás sea uno de los pecados más comunes.
En el tren de las teorías políticas y los desarrollos económicos, nos embarcamos en el que va de regreso al pasado en lugar del que sigue la dirección de ida al futuro, caso de Venezuela y de los que siguen la teorías del Socialismo del Siglo XXI.
Cuando copiamos algo de otras legislaciones, de teoría político-económicas, o de procedimientos de otros países o teóricos, no solo que no nos tomamos la molestia de analizarlos y adecuarlos a la realidad de cada país, sino que además, lo complicamos, obteniendo como resultado unos híbridos que solo benefician a la burocracia, que con su telaraña de leyes, trámites y dificultades, atrapan al desprotegido ciudadano, extrayéndole la mayor cantidad de recursos y horas, con todos los sufrimientos imaginables.
El ejemplo histórico: Con Allende se utilizó en Chile el mecanismo de control de precios con el propósito de llevar a las industrias a la bancarrota, obligando a sus propietarios a venderlas al Estado o simplemente a ser intervenidas por el gobierno. Hoy Venezuela y otros países hacen lo mismo. Otra medida utilizada por el gobierno de Allende para liquidar las industrias privadas, fue a través del monopolio estatal del comercio exterior, con el objeto de no proveerla de las divisas que necesitaban para importar sus insumos. La aplicación de estos sistemas convirtió al Estado en dueño de unas quinientas empresas, incluyendo a la mayoría de las industrias más importantes. Nuevamente el fracasado y caótico proceso se aplica en Venezuela. Prevalecía entonces el concepto de que, tras las expropiaciones, las ganancias que obtenían dichas empresas, el gobierno las podría situar en sus programas sociales, creando una enorme burocracia parásita.
Sucedió todo lo contrario. Las empresas expropiadas dieron pérdida (solo en el año 1973 el déficit superó los 500 millones de dólares) y como era de esperarse, tampoco contribuyeron al fisco. Por lo que ese año el déficit fiscal llegó al 55% del gasto total, teniendo que financiarlo a través de la emisión de dinero. Esto explica, en parte, la inflación que el país sufrió más tarde. Más claro no puede ser el ejemplo.
Meditando, me sigo preguntando si aprenderemos de la historia y la experiencia ajena como la que viven algunos países, o seguiremos siendo los niños ingenuos que copiamos mal, nos quemamos en el fuego, a pesar de que la llama nos advierte el peligro y justo traemos para apagarlas a los asesores cubanos o venezolanos teóricos de la política, que incendiaron la economía con la escasez, la inflación y el desempleo, dejando a los países en cenizas como resultado de sus asesorías y consejos.
¿Conmemoramos este año el centenario de la I Guerra Mundial o la Gran Guerra? Todo el siglo pasado fue de guerras, incluida la más grande, la II Guerra Mundial. Estamos en el nuevo siglo XXI y siguen las guerras.
¿Aprenderemos algún día?
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