Por: Sonia Noboa Ribadeneira
Hace algunos años, una amiga extranjera que vivía en mi barrio, me pidió que cuidara de su casa mientras ella viajaba a visitar a su familia por espacio de un mes.
La casa tenía hermosos jardines, parques arbolados y en medio de ellos, un quiosco de vidrio que era la habitación de por lo menos 15 canarios encerrados en sus jaulas.
Una mañana, cuando hacía mi recorrido por los jardines, entré a escuchar sus cantos. Me sentí transportada por la hermosura de los sonidos que emitían y en un acto de rebeldía, decidí abrir las jaulas para que los canarios volaran en ese espacio que le pertenecía en toda su extensión. Mas comprobé que, extrañamente, ninguno salió de su jaula.
Cerré la puerta del kiosco para que no se escaparan al patio, pero dejé las jaulas abiertas. Al día siguiente puede percatarme de que los canarios seguían dentro de sus jaulas. Salí para dejarlos en libertad sin mi presencia que podía resultarles intimidante y poder observarlos detrás del vidrio. Pero los canarios no salieron de sus jaulas…. Y así cada día, por espacio de una semana.
Entonces reflexioné sobre su comportamiento, comparándolo con el de tantos seres humanos que, a fuerza de vivir en una determinada circunstancia y haberse acostumbrado a ella, han decidido quedarse dentro de sus jaulas de prejuicios, obligaciones y ataduras, aunque muchas oportunidades se abran para ayudarlos a escapar de su prisión emocional. Aunque tengan un cielo inmensamente libre y azul y un mundo entero para volar.
¿Tal vez porque un día, los convencionalismos cortaron sus alas y se sienten incapaces de alzar el vuelo?... ¿Incapaces de buscar nuevos espacios propios?.... Porque desarrollaron topes mentales, temores injustificados, responsabilidades esclavizantes y tiránicas. Porque el condicionamiento al que fueron sometidos bloqueó su necesidad de trascender....
¿O porque, definitivamente, renunciaron a la esperanza?
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