Lunes, 26 Marzo 2012 18:02

En el Buenos Aires de entonces….y en cualquier ciudad de América Latina ahora

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Fui abruptamente sorprendida por una marcha de protesta de la Central de Trabajadores Argentinos (C.T.A.) que avanzaba por una calle transversal.

Me detuve para observar el paso de la caravana que agrupaba algo más de doscientas personas, con carteles, banderas, pequeños pedazos de papel con mensajes; un bombo que resonaba y en sus gargantas, cantos y consignas de protesta.

"Nos movilizamos porque son miles los compañeros y compañeras perseguidos por luchar", decía una pancarta. Otra: "¡Contra el hambre, por trabajo y dignidad!"… "Contra el saqueo del país", rezaba la de más allá; mientras la multitud marchaba lentamente, con la mirada clavada en un punto lejano e inexistente, repitiendo sin cesar: "Desprocesamiento ¡YA!",

Como suelo hacer siempre que quiero encontrar la verdad, miré fijamente a los ojos de cada persona que pasaba ante mí. Y no pude ver nada… solo sus rostros pálidos con gesto de cansancio; ese cansancio de saber que nadie los escuchará. Cansancio de saber que ni ellos mismos creen ya en aquello por lo cual luchan. La pobreza, que se manifestaba en ropa mal lavada, en zapatos enlodados, en prendas desteñidas y raídas, en cabellos revueltos y en ese inconfundible tufo de miseria, se paseaba frente a mi compasión y mi dolor de saber que nuestros países se desangran ante nuestros ojos, sin que podamos hacer nada para detener la hemorragia…

Hombres y mujeres agobiados por el sufrimiento, jóvenes angustiados por la desesperanza de una generación sin futuro, niños con la mirada desorientada y profundas ojeras.

–Si vos les ofrecés trabajo a estos miserables, seguro que no lo aceptan –dijo una elegante mujer que esperaba también a mi lado para atravesar la avenida, intentando de esa manera, sentirse menos responsable del sufrimiento ajeno.

Era una calle cualquiera de una mañana cualquiera, de las tantas que a diario, son los escenarios de estos tristes protagonistas de la angustia…

–Ahora los llamamos piqueteros y cuando se los escucha desde lejos venir con sus consignas, sus cánticos y sus tambores, todos los negocios cierran, porque este es un pretexto para saquearnos –dijo otro transeúnte con un dejo burla y desprecio.

Miraba a esas personas casi arrastrando por las calles su pesadumbre, su hambre y su desolación.

–A estos les pagan para salir a las calles a protestar, y prefieren hacer eso antes que trabajar –dijo otro por allá.

¿Están seguros?, pensé. ¿No podarían concederles siquiera el beneficio de la duda? ¿Por qué siempre creemos solo aquello que nos conviene creer?… O es tal vez que la gente sabe lo suficiente, como para no querer saber más… Fingir ignorancia es más fácil y menos comprometedor que buscar la verdad.

Continué mi camino rumiando mis meditaciones, cuando me percaté que me había extraviado en medio de esa maraña de calles, almacenes, negocios, restaurantes, librerías y bares que se alinean a lo largo de la avenida Corrientes.

–¿Podrías ayudarme? Soy extranjera y necesito saber cómo llegar hasta la calle Maipú.

Una muchacha muy bonita y joven, pero humildemente vestida, me respondió:

–Caminá tres cuadras y tomá a la derecha –dijo con su manejo especial del castellano, propio de los porteños.

–Gracias.
–Esperá… ¿de dónde sos vos?
–Soy ecuatoriana.
–Y, ¿qué estás haciendo acá? ¿A qué has venido? ¿A ver que estamos hecho mierda? ¿A ver que somos ahora la imagen más cruel de la desolación y el hambre?
–¿Por qué dices eso?
–Porque eso somos ahora… ¿Y ustedes vienen a comprobarlo, tal vez?
–Estás muy equivocada. ¿Sabes a qué he venido? ¡He venido a contratar a unos músicos maravillosos para llevarlos a mi país, porque nosotros no tenemos ni tendremos en muchos años más lo que tienen ustedes, ni podremos ser en muchos años aun lo que ustedes son!
–¿Y qué creés que somos nosotros?
–Ustedes han sido y seguirán siendo la cara hermosa de América. Son los mejores músicos, los mejores pintores, los mejores poetas y hasta los mejores futbolistas. Han sido la América que nos enorgullece a todos.
–Pero… ¿y ahora qué?
–¡Aun ahora, han sido el ejemplo del pueblo que no permite ser humillado y maltratado por intereses foráneos. Han sido el ejemplo que nos enseña a resistir para que este cáncer no se expanda en todo nuestro continente. ¡Han sido el grito de protesta que permitió que otros pueblos derroquen a los gobiernos corruptos! Eres muy joven para dejarte vencer…
–Estamos vencidos, esto es general. ¡Es una depresión colectiva!… ¡¡No tenemos ya nada que hacer!!
–Sabes que sí… Aún tienes deseos de protestar y de hacer saber al mundo lo que Argentina está sufriendo. Síguelo haciendo. ¡Que todos lo sepan: los jóvenes, los viejos, los niños, todo el país y todo el mundo! ¡Que sepan que aún hay gente que quiere salvar a nuestro continente!
La muchacha se quedó pensando un momento y luego a manera de adiós me dijo:
–¡Allá vos si aún creés!...
–Sí –dije con firmeza–, ¡aún creo y tú también! ¡Siempre habrá una luz al final del túnel…! ¡Encuéntrala y camina hacia ella!

Seguí calle abajo, mientras la joven se alejaba con paso lento y desganado.

Me detuve un momento para mirarla y preguntarme en silencio: ¿Existirá en realidad esa luz?…

La pesadumbre de esa joven me había conmocionado y me sentía triste y agobiada por el dolor ajeno. Llegué al hotel, me recosté en mi cama y cerré los ojos para alejarme de la realidad y soñar que un día, algo sucederá que termine con tanta injusticia y dolor…. Algo sucederá….algo sucederá!!!! 

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